martes, febrero 20, 2007


Junto al lago, en aquella mañana de domingo, fue cuando plantaste el arbol, y creíste que podrías salvar el mundo. Tarde en rojo y verde, agua quieta y viscosa donde los sueños se convierten en manos que te rozan.

Te abrazaste a ella, flotasteis sobre la cama, sin un hilo, ni un remordimiento. Creíste que así salvarías el mundo. La casa de campo, el juego de té sobre el barro. Un niño que persigue una bicicleta y tanto terror en todas las almas.

Fuego, que ruge y crece sobre el tejado. Corriste sobre el agua de plástico, sobre el suelo de cristal, llorando, como el primer hombre del planeta al ver el crepúsculo.
Y te preguntaste si al principio fue realmente el verbo, y entonces miraste arriba, y vistes las flores en las ramas. Y entonces lo entendiste todo. El final se pospuso. El infierno nos amplió el plazo. La guadaña pasó de largo aunque aún puedas notar su frio aliento perdiendose en el bosque. Al menos podremos sonreir un poco más, debíste pensar. Eso ya es algo.